Definitivamente, el presidente de la república Enrique Peña Nieto, no cuenta con la empatía popular, a pesar de asistir a la zona devastada por el sismo con propósitos de auxilio y solidaridad las redes sociales no cesan de tundir su imagen. En eso han contribuido eventos como Ayotzinapa, Tlatlaya, la Casa Blanca, el Socavón, la obra pública cuestionada, su fotografía con gobernadores, ahora unos en la cárcel, otros en plena fuga; debemos reconocer lo pesado de esa loza, que la globalización de la noticia magnifica en sus efectos en el imaginario colectivo. Antaño, a López Mateos, la represión contra ferrocarrileros y el magisterio no hizo mella en el afecto que el pueblo le tributó hasta el final; pero a Díaz Ordaz y a Echeverría el 2 de octubre y “el halconazo”, respectivamente, los marcaron históricamente; para Carlos Salinas, su elección hasta las muertes de Colosio y Ruiz Massieu, son hitos indelebles de su periodo de gobierno; Felipe Calderón no puede evitar que lo asocien con el inicio de la matanza sin fin originada por el combate al crimen organizado. El privilegio de mandar se combina con el riesgo de trascender con máculas al futuro.