Desde hace algún tiempo desde la cúpula de los gobiernos mexicanos se presume que nuestro país figura entre las economías más fuertes del planeta, como lo refleja el ser admitido en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), integrado por economías desarrolladas de países altamente industrializados. Sin embargo, la propia OCDE informa de subrayadas desigualdades existentes en este país unas, relativas al ingreso familiar, otras al desempleo, la vivienda, expectativas de vida, la recurrencia de alta tasa de homicidios, y con precaria confianza en el gobierno debido a altos índices de corrupción, más que en cualquiera otro país de esta Organización. Es la clásica contradicción entre la “sólida” macroeconomía y condiciones sociales en donde imperan la desigualdad y la pobreza.