El presidente López Obrador día a día suma más adeptos convencidos por la vorágine de su oratoria, lenta y pesada pero ad hoc a su auditorio; es el efecto de sus programas asistencialistas y su iterativo discurso anticorrupción. El conjunto de novedosos anuncios presidenciales configura un concierto en el que destacan las trompetas de la Cuarta Transformación que, si son para bien de México ya se verá, porque las perspectivas para la economía mexicana no son halagüeñas: ya en diciembre se advirtió una contracción de 2.5 por ciento anual, el IMSS registró una pérdida de 250 mil empleos permanentes; las ventas al menudeo no crecen, la inversión tampoco, todo en espera de la inversión pública si la austeridad lo permite y a la baja la producción y extracción petrolera. Frente a este escenario ¿quién pudiera ser optimista?