Fue todo un clásico la expresión de López Obrador: “¡Al diablo con sus instituciones!” cuando se quejaba de ser víctima del fraude electoral y justificaba sus acciones de resistencia. Ahora, como presidente de la república, ya con el poder de mandar, no oculta su repudio hacia instituciones categorizadas como autónomas, quizás porque son valladar para todo tipo de autoritarismo y vertebran el diseño institucional de un México hacia la modernidad. Gracias a la autonomía otorgada en 1993 al Banco de México tenemos estabilidad en la política monetaria; con la ciudadanización del IFE en 1994 comenzó un periodo de elecciones confiables; la Comisión reguladora de Energía (1993) fue favorecida con la autonomía por la reforma energética de 2014; el Instituto para el de Acceso la Información (INAI), combate la opacidad,  el INEGI y el CONEVAL aportan cifras confiables sobre las cuales formular cualquier diagnóstico de nuestro desarrollo nacional, la Comisión de Derechos Humanos etc., son instituciones que deben ser preservadas contra cualquier intento de arrebatarles su autonomía, menguarlas representaría un descomunal retroceso.