Si el vencedor electoral de julio pasado hubiera sido Meade o Anaya poco del gran problema económico de Pemex se sabría; obviamente se sabe el descomunal monto de su deuda y la enorme cuota fiscal que carga, pero eso no trascendía como el gran anclaje que tiene esa empresa. Ganó López Obrador cuyo prurito consiste en realizar una auténtica transformación en México instaurando un nuevo régimen, un genuino reto que incluye salvar a Pemex convirtiéndola en la palanca de desarrollo del país. Pero son 15 años de caída libre de su producción, los pozos no rinden como antes, mantiene una nómina obesa, y el huachicoleo no cesa. Vaya tarea.