Una de las características sobresalientes en países de democracia avanzada es el elevado rango educativo de su población, siempre bien enterada y por lo mismo difícilmente será sorprendida por quienes sirven en la cosa pública. Por otro lado, es manifiesto que la clase política de un país es una resultante del contexto social, y se comporta en la medida que la sociedad se lo permite, y tal es la razón por la cual cae en prácticas como la corrupción, pues hemos delegado en los políticos todo el quehacer de la cosa pública. Para revertir la esa indolencia popular es conveniente estimular la participación ciudadana en los asuntos públicos, vigilar a los políticos, exhibir a los corruptos y destituirlos de cargos públicos. Decía Edmund Burke, politólogo ingles del siglo XIX: “Para que triunfe el mal, solo basta con que los hombres buenos no hagan nada”.