Sin tacto

Por Sergio González Levet.

Un nini

​Yo, señores, conozco a un joven que es un nini.
​A sus 20 y tantos años dejó dos carreras inconclusas y a la fecha no ha encontrado un empleo que se adapte a sus gustos.
​Es una persona muy inteligente, pero piensa que debe emplear sus dotes intelectuales para no hacer nada de provecho. Yo le digo que debería hacer exactamente lo contrario, pero me tira a loco, me da el avión y me cambia el tema.
​Entre lo que sí le he podido decir y él ha estado dispuesto a escuchar está la reconvención que le hice un día respecto a que no se esforzaba nada en la vida, y le interesó porque me tenía preparada una respuesta a modo:
​—Tú me dices que ser un nini no requiere ningún esfuerzo, y estás muy equivocado; tú me preguntas que si no me da vergüenza estar de desocupado todo el día, y sí me da, ¡pero me la aguanto como los machos!
​No me explico cómo podía seguir con su cara tan seria, cómo no se asomaba a su rostro ninguna seña de ironía, ni se podía advertir en su boca alguna sonrisa reprimida.
​—Ser un nini en esta ciudad, para que lo sepas, es luchar contra un medio ambiente tan adverso que yo le llamo mejor “miedo ambiente”.
​Se quedó callado un momento, para que yo asimilara el juego de palabras, y continuó:
​—Mira, te pongo un ejemplo: el horario. Todo y todos están en contra de nuestro modo de vida con el reloj. Un nini que se respete se duerme a las 5 o 6 de la mañana y se levanta a las 3 o 4 de la tarde. Pero en Xalapa dormir a esas horas es casi imposible, toda una hazaña: en mi caso, a las 7 am siempre suena la alarma de la casa de un vecino precavido pero codo, que sale a su trabajo 10 minutos antes, tiempo suficiente para que se aleje en su coche y no oiga que el aparato corriente que compró empezó a sonar desesperadamente, y está despertando a los vecinos. Y a eso hay que sumar que la alarma del coche de otro vecino se contagia del ruido, y empieza a sonar también a las 7 y media más o menos. Luego vienen los campanazos de la basura, que entre 8 y 9 te despiertan de los sueños más placenteros de tu vida, a los que hay que agregar los gritos de tu madre, que te pide, te ruega, te exige que te levantes y juntes la basura de los baños y la cocina para ponerla en el bote y sacarla a la calle. ¡Imagínate que me viera un colega nini haciendo ese trabajo denigrante, apestoso y sucio!
​Nuestro amigo se empezó a sobar las manos, como si se desprendiera de una suciedad imaginada, y continuó con su queja:
​—Y encima, tu mamá quiere que bajes a desayunar a esa hora inoportuna de la mañana, lo que consigues no hacer tapándote las orejas con la almohada y tratando de volver a dormirte. Hay una tregua cuando tus papás se van a trabajar y dejan la casa sola, pero ahí viene el infierno con el timbre de la puerta: llaman mendigos, testigos de Jehová, técnicos que vienen a reparar algún electrodoméstico, una señora que se equivocó de casa…
​Para concluir, se me quedó viendo con toda seriedad, aunque yo sabía que se estaba riendo por dentro:
​—Te digo, ser nini no es nada fácil, y en Xalapa es de dar miedo… ambiente.
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