Si el PRD, apenas treintañero, está a un paso de su extinción con esa nomenclatura, el PRI, a sus 73 años, después de gobernar desde 1946 hasta el 2000 este país y en el presente siglo de 2012 a 2018, pudiera encontrarse en su fase de decadencia plena, así lo señalan sus síntomas. El Gran partido hegemónico, el PRI, ya no hace ruido, o sea, sus movimientos despiertan poco interés entre la población y la clase política; actualmente gobierna 12 entidades, de las cuales corre el riesgo perder algunas en el cotejo electoral del próximo año; cambiará de dirigencia pero, salvo Narro, los aspirantes a dirigirlo no concitan confianza de renovación o cambio de rumbo. Esos síntomas formulan un diagnóstico nada favorable para la salud política del PRI. Salvo milagro en contrario, que también cuentan.