Los mexicanos estamos atestiguando una Restauración, que consiste en reinstalar usos y costumbres presidenciales ya superadas durante los años de alternancia en la silla presidencial. Volvemos al presidencialismo autoritario del antiguo régimen cuando, valiéndose del Poder Legislativo al que domeña casi por completo, se permite manipular instituciones, incluso aquellas creadas con autonomía como contrapesos del poder. Lo está demostrando López Obrador al asestarle duro golpe, eso sí con la ley en la mano, a la integración de la Comisión Reguladora de Energía, haciendo caso omiso al rechazo del senado por las limitaciones de sus propuestas al cargo; se asignan contratos sin licitación, se seleccionan arbitrariamente empresas para que concursen en licitaciones, el discurso presidencial se utiliza para intimidar y se decreta la desaparición del neoliberalismo sin las bases reales que deben acompañar ese propósito. Pero son fenómenos históricamente recurrentes: así ocurrió después de la Revolución Francesa, dando paso a Napoleón; en México, después de Hidalgo y Morelos surgió Iturbide; después de Juárez y Lerdo vino Porfirio Díaz, después de Madero surgió Victoriano Huerta y llegó Carranza, y muchos etcéteras más que señalan hitos históricos como los actuales de México.