Quién sino el Papa Francisco puede dar fe de que la condición humana transita entre el amasijo de defectos y virtudes propias de la naturaleza del hombre: traición y gratitud van de la mano, son opuestos, pero emanan de la misma fuente. El Papa Francisco es un pastor revolucionario de la iglesia católica, y como tal ha desvelado la corrupción moral al interior de esa institución religiosa, es proverbial su denodada lucha contra la pederastia, una de las lacras que la carcomen. A cambio ha recibido arteros ataques provenientes de la jerarquía sacerdotal, de allí su “decálogo” para esa jerarquía: “el nuncio es el representante del Papa”. “No criticar al Papa a sus espaldas”, “no caer en cotilleos” y “evitar el lujo”, “no se puede dejar engañar de los valores mundanos”. Así sucede cuando ocurre, pero es notable que hasta en el reino de Dios el hombre sigue siendo hombre.