La responsabilidad del futuro

19 junio, 2022 · Rafael Mora-Ortega

Nuevamente estas líneas, ahora no tan breves, las dedicaré a la impostergable misión, a la inalterable obligación, a la ardua labor del docente mexicano, en todos los niveles y subsistemas, para que las nuevas generaciones tengan la posibilidad de crecer y aprender con bases científicas, alejados de cualquier tipo de fanatismo (religioso o político), con espíritu libre y solidario, en tiempos donde se quiere manipular a las masas, iniciando desde las mismas aulas el proceso de adoctrinamiento, típico de las autocracias más impositivas que, en el pasado, transformaron a un pueblo bueno, inteligente y trabajador, en una sociedad sedienta de odio, venganza y violencia en contra del “contrario”, el “adversario”, el “enemigo”.

Y eso se logra estando preparado, siendo capaz y competente, pero sobre todo comprometido con la misión que nos toca desempeñar.

Hago remembranza a un escrito, de los primeros que publiqué en el antiguo Moralidades, donde señalo cómo la mayoría, la inmensa mayoría de los profesores de nivel superior no tuvimos (antes de convertirnos en docentes) ningún tipo de preparación pedagógica o didáctica para dar clases (mucho menos para prepararla con antelación) y, normalmente, lo hacíamos como uno mismo fue educado en su momento, en la época de estudiante.

El nuevo catedrático no conoce las nuevas tendencias en materia educativa y tampoco la forma idónea de preparar su clase, de planificar su curso, de utilizar, con la misma importancia y valor, las evaluaciones diagnósticas, las formativas y las sumativas, sean estas cualitativas o cuantitativas.

Simplemente, se le confía a este improvisado experto en la materia de que se trate la calidad educativa de los alumnos con su limitado conocimiento de lo que es dar clases. Deben pasar algunos años (si es que el maestro se da cuenta de las carencias en su forma de enseñar y quiere mejorar) para ir adecuando y modificando nuestro actuar, casi siempre de manera autodidacta y sin un apoyo eficaz y pronto por parte de quienes nos contratan.

Hace 20 años, todavía, se prefería el trabajo individual al grupal y, cuando éste último se implementaba, normalmente no se planeaba por el docente para el desarrollo de interacciones colaborativas o cooperativas; simplemente se buscaba que cumplieran con un estándar analógico y cuantitativo, sin tomarse (casi nunca) en cuenta la conjunción de los jóvenes para solventar un problema.

Se despreciaba la participación activa, basada en el uso de sus singulares virtudes y cualidades en beneficio de mayor calidad en el producto y mucho menos se pensaba en el sentir del grupo al momento de llevar a cabo la tarea que les fue asignada.

A partir de la reforma educativa, iniciada en 2008 como un plan a largo plazo para generar una comunidad docente, desde el nivel preescolar hasta el profesional, que basara su actuar en un sólido andamiaje pedagógico, didáctico y con una carga muy desarrollada y positiva de socioemociones destinadas no solo a ser transmitidas a sus alumnos, sino para ser vividas en el plano personal, familiar y comunitario por el propio maestro, empezamos a soñar e imaginar escuelas de calidad con una educación de excelencia.

Empezamos a creer que podíamos derruir taras y creencias propias del mestizaje mexicano como el “ya merito”, “donde comen 3, comen 10”, “aquí nos tocó vivir”, “nunca podemos ganar”, “esto no es lo mío”, “mucho ayuda el que no estorba”, “necesito que me ayuden, con lo que sea su voluntad”, “nacimos para perder”, “yo no sirvo” o el típico “ya ni modo, ahí para la otra”, para trascender a otro nivel de conciencia colectiva.

Por desgracia, esta visión fue forzada a detenerse en 2018 sin que hasta ahora, 4 años después, se tenga conocimiento de las bases, retos, planes, recursos, tendencias, teorías, programas, modificaciones sustanciales benéficas de un supuesto nuevo modelo educativo, cuyos atisbos solo dan de qué pensar y que preocupan por la ligereza y torpeza de los spoilers que se han dejado ver por la Secretaria de Educación federal, servidora muy dada a retener porcentaje de salarios a sus trabajadores para, precisamente, hacerse de un cargo de tal envergadura en el gobierno que, repito, desde 2018, ha querido destruir los avances logrados en 10 años de actualización, formación y capacitación docente, en todos sus niveles, en beneficio de los niños y jóvenes de este país. Eso sí, se ofreció un curso hace 2 años de alta carga ideológica y muy poco de contenido formativo en nuevas herramientas, teorías o instrumentos educativos.

Debemos pugnar en el gremio de la educación, fuera de grillas, rencillas o ambiciones políticas sexenales, para retomar la mesa de análisis y discusión de docentes e investigadores en materia educativa, donde se discuta la posibilidad de continuar el camino a una educación basada en la inclusión de los alumnos en actividades que, necesariamente, requieren del uso de las tecnologías, un giro de 180 grados en el trato entre los miembros de la comunidad educativa dentro y fuera del aula, donde el docente entienda que ya no existe una relación de supra a subordinación, sino que, con el uso de su conocimiento profesional más las nuevas habilidades didácticas y emocionales, puede lograr que los estudiantes se inmiscuyan, de forma voluntaria, en la dinámica de aprendizaje, entendiendo éstos a sus compañeros, maestros y personal administrativo con quienes conviven en la institución educativa como iguales, por lo que siempre deben ser tratados y, a su vez, deben tratar a todos con respeto.

Desaparece, pues, la idea de que sus compañeros de clase son su competencia, lo que se reemplaza con la visión de que quienes le rodean pueden ser su posible complemento para enfrentar con éxito cualquier problema que la vida le presente, durante su tiempo en la escuela y, sobre todo, en su futuro laboral, social, familiar y personal.

Así es. Somos los maestros los responsables del futuro que le depare a nuestros hijos y a las posteriores generaciones. Si nos plegamos, dóciles, ante las modas ideológicas que no ven más allá de sus ambiciones y sed de poder, el futuro será negro, sin libertad, con mucha pobreza alimentada con dádivas insulsas pagadas por una clase que, cada momento que pase, se irá del país para dejarlo a manos de la delincuencia, de los abusivos, de los tiranos, de la gente sin moral, sin valores, pero con mucho dinero para poder darse un atracón mientras su pueblo muere de hambre (ver caso Venezuela).

El túnel que nos puede guiar a la luz del bien común es el que construyamos, hoy, poco a poco, en nuestras pequeñas trincheras llamadas aulas, los que nos dedicamos al aprendizaje de los niños y jóvenes. Sembremos en ellos semillas de dignidad, de libertad, de igualdad, de moralidad, de amor al prójimo, de colaboración y empatía.

Ese es el camino que debemos tomar. Por el bien de todos, por el bien de uno, por el bien de la humanidad.

MORALIDADES, a 19 de junio de 2022.