El día de hoy no voy a contarles alguna experiencia extrasensorial o multiversal. Prometo solemnemente hacerlo en mi próximo escrito.
Quiero hablar de un tema que, ante la avalancha diaria de información, se ha ido quedando en el olvido hasta para aquellos que lo impulsaban, fervientemente, hace no más de una década.
Me refiero a esa palabra que casi nadie entiende pero que, seguramente muchos pueden afirmar haberla escuchado alguna vez, aunque no puedan decirme ni dónde, ni cuándo, vaya, ni siquiera qué es. Hablo de la llamada gobernanza.
La gobernanza es la reacción conjunta de los gobernantes y del pueblo, en general, para enfrentar de manera colaborativa, coordinada, ordenada y sistemática los retos del mundo actual. Reacción que se va volviendo, día a día, un clamor que no se calma ya con procedimientos y servicios anquilosados, arcaicos, ineficientes, ineficaces y casi en su mayoría burocráticos; tampoco con el discurso demagógico, que tanto caracterizó y sigue caracterizando a nuestros gobernantes del siglo pasado y de los días presentes, sobre todo en latinoamérica.
Debemos retomar, pues, esa conversación sobre el camino a seguir para construir una educación que nos enseñe a todos que: lo importante en el desarrollo de cada uno de quienes conformamos al llamado pueblo es crecer mental, física pero también anímica y espiritualmente.
Es vital que el gobierno, los empresarios e instituciones de educación superior o de apoyo a la educación superior entiendan que, si no es a través de la formación de científicos y tecnólogos cualificados para innovar, crear, transformar el entorno, jamás estaremos en la aptitud de cambiar a una forma de organización estadual más humana, más justa, más dinámica, transparente, resiliente, flexible, comprometida con lo que es justo, igual y equitativo.
Los conocedores, los académicos y los investigadores pueden ser muy útiles si se les apoya para el desarrollo de proyectos que, a futuro, puedan volverse programas de trabajo institucional, en rubros tan disímbolos como: el crecimiento económico sostenido, mayor eficiencia del mercado y creación de oportunidades de empleo; el aumento en la producción de alimentos nutritivos; la investigación para la elaboración de medicamentos, vacunas, sistemas de diagnóstico, acceso a información médica, lucha contra la mortalidad infantil y materna; la creación de redes de información para todo público, buscando formar a mejores ciudadanos; el impulso público y privado para quienes busquen el desarrollo sustentable.
Los programas de gobernanza técnica también regularán y evitarán problemas como la urbanización desordenada y el crecimiento demográfico, con proyectos de apoyo para paliar los efectos del cambio climático, como campañas y programas agresivos de reforestación o de cuidado y potabilización del agua.
Tiene mucha razón el Presidente cuando dice que los problemas jamás se resolverán si no se atacan de raíz. Mientras seamos de los países de la OCDE que menos invertimos en educación y en la investigación, mientras no se escuche, se impulse y se haga caso a los expertos para planear la solución a las exigencias válidas del pueblo, mientras el poder se siga ejerciendo para beneficio de un pequeño grupo de oligarcas (póngale el color, nombre o apodo que quiera, de todos modos siempre terminan haciendo lo mismo) y no de la sociedad a la que deberían proteger, atender y cuidar, estamos condenados al mismo infierno, con diferentes gobernantes.
Urge, pues, que las autoridades, los particulares y, sobre todo, los expertos en cada una de las ramas del saber, empiecen a hacer equipo para definir las acciones públicas y privadas que nos lleven a ese ideal teórico de todo Estado: el bien común.
Eso es la gobernanza y, a mi leal saber y entender, es lo que requerimos implementar urgentemente en nuestra bella patria. Por los concebidos, por los nacidos, por los niños, jóvenes, adultos y gente mayor. Por las mujeres y los hombres. Por los creyentes y no creyentes. Por los gordos y los flacos. En una palabra, por todas las personas que vivimos y convivimos en este país.
Como dice Emmanuel Lévinas: “El comienzo del saber sólo es posible si se rompe el encantamiento y el equívoco permanente de un mundo en el que toda aparición es posible simulación y en la que falta siempre el comienzo”.