No cabe duda que, en este país, como nunca antes, vivimos en una sociedad pluralista de riesgo, que Kaufmann define como una sociedad dinámica y cambiante que rebasa y modifica a las estructuras políticas, jurídicas, éticas, tecnológicas, económicas y a las sociales mismas. Las pasadas elecciones presidenciales en México, además, traen a la luz la división casi irreconciliable de grandes sectores de la población, que se han acrecentado con el paso del tiempo.
Gente que está más que conforme con el sistema y con el estado de las cosas, con los discursos diarios y los apoyos a través de becas (a adultos mayores, mujeres en situación de violencia familiar, estudiantes de nivel medio superior, madres solteras) y gente que busca un cambio de gobernantes aún si esto lleva a la sociedad en su conjunto a generar actos violentos; el desconocimiento a quienes son titulares de las instituciones públicas, todas ellas, perdiendo el respeto a la investidura gubernamental y generando un oleaje que va y regresa con insultos, memes, injurias y desprecio.
Ahora somos fifís o chairos, transformadores o conservadores, liberales o neoliberales, oligarcas o demócratas, demócratas o dictatoriales, leales o traidores, traidores o patriotas, y así la lista interminable de epítetos (entendiéndose como esa expresión calificativa usada como elogio o, más frecuentemente, como insulto) sin sentido en un conglomerado social que ama u odia, con muy pocas excepciones, a la figura estandarte del gobierno de la bien llamada o mal llamada Cuarta Transformación o Transformación de Cuarta.
El motivo del presente escrito no es el de analizar cuál de estos dos grupos tiene la razón o a cuál de ellos es el justo o el contrario a derecho. El verdadero conflicto que vivimos actualmente es, sin duda, la pérdida de algo que es vital para una convivencia pacífica, sana, ordenada, que nos permita el bien ser y el bienestar a cada uno de nosotros, como individuos, y el bien de toda la comunidad, entendido como bien público temporal. Hemos olvidado a la tolerancia.
El estado mexicano, a partir de 1977, como fruto del despertar sangriento que supuso el movimiento de 1968, y la consecuente oposición política (partidos políticos de oposición) y extrapolítica (a través de grupos cada vez más radicalizados en la década de los setenta), fue gestando un sistema político y de gobierno donde, actualmente, la tiranía o la dictadura ya no podían tener cabida. Hoy día se duda de esta afirmación, pero es motivo de otro análisis.
En México hemos tratado, por cuando menos 34 años, de consolidar algo parecido a un estado democrático, único en el que se garantiza el estado de Derecho, que da sustento precisamente a la búsqueda del bien común (entendido este último como la felicidad a la que cada uno de nosotros estamos creados a alcanzar). La democracia se vuelve así, la única forma conocida de gobierno que puede garantizar ese estado de Derecho.
Pensamos que habíamos, por fin, llegado a ese estadio en el año 2000, con la alternancia en el poder. Con Fox como presidente, el primero no Priista en los últimos 74 años, se dijo por tirios y troyanos que México era, ya, un país democrático que podía, ahora sí, transitar a ser parte de ese anhelado Primer Mundo.
Sin embargo, pronto nos dimos cuenta que vivir en democracia, aunque sea una democracia a la mexicana, ya no es suficiente. En la era de la tecnología al alcance de todos, donde la mala información se mezcla con la información veraz y útil, nos empezamos a deshumanizar poco a poco, al no poder procesar todo el cúmulo de conocimiento, veraz o falaz, que nos inunda a través de la televisión, los medios impresos, la radio y la Internet, principalmente por las redes sociales como Facebook o Twitter.
En un mundo global, nos sentimos cada vez más aislados, menos escuchados por quienes nos rodean y, lo más peligrosos, invisibles al ojo de los poderosos. Aquí es donde la tolerancia entra en juego.
Como seres humanos, en el plano individual somos únicos e irrepetibles, pero al ser animales sociales, nuestra esencia, igual que la de los otros, posee algo de la verdad que otros no tienen, pero ellos tienen otra parte de esa verdad de la que yo adolezco, por lo que buscamos precisamente al otro para comparar, interactuar, convivir, para complementarnos en esa búsqueda de la Verdad.
El hombre sólo no puede encontrar la verdad, ésta se asoma en la confrontación respetuosa y responsable con el otro y en la búsqueda del consenso para acercarse más a esa verdad, para avanzar y crecer como individuo y como grupo. Y solo se logra esto con tolerancia. Pero ¿qué es la tolerancia?
Tolerar es aceptar francamente al otro, como un yo dentro de la controversia para llegar a la verdad que, juntos, vamos construyendo, siempre en el marco del respeto y la aceptación de que no tenemos la verdad absoluta, pues ésta aún no ha sido alcanzada por el hombre, ni siquiera con los grandes avances en todas las ramas de la ciencia. Todos, al final, solo podríamos afirmar que lo que con seguridad sabemos es que, de la inmensidad de conocimiento, apenas sabemos una ínfima parte y en áreas específicas no sabemos nada.
No me refiero entonces a esa tolerancia represiva que usa Macaulay, en la cual te toleraré mientras tú seas más poderoso que yo, pero una vez que la balanza cambie a mi favor, te perseguiré, pues es mi deber perseguir a quien está en el error, ya sea para alienarse a mi idea o para anularte o aniquilarte. Esa mal entendida tolerancia que los poderosos usan para explotar al desigual arropado con el principio del beneficio a las mayorías o, como pasa actualmente, despedazan a las mayorías con el principio de equidad para los desiguales.
Tolerancia es, pues, buscar con el otro, en el constante intercambio de ideas y conceptos, la construcción de una verdad común, sin que en el proceso se imponga una u otra de las partes en controversia, sino que, con voluntad, ambas descubran que la construcción de la verdad es siempre mejor reconociendo los errores propios y los del otro yo en la convivencia, empezando siempre de cero mi construcción del camino hacia la felicidad, para lo cuál nos estorba la soberbia y el ansia desmedida del poder o la riqueza extrema.
Eso requiere de la responsabilidad de cada uno y de la prudencia con la que enfrentemos, unidos, los retos que nos plantea esa sociedad pluralista en riesgo que menciona Kauffman, para construir ese país en el que todos nos respetemos, nos escuchemos y aprendamos de todos, de manera razonada, para alcanzar esa felicidad traducida en bien común.
La pregunta es entonces, amable lector: ¿Estamos dispuestos a ser tolerantes?
Moralidades, 6 de julio de 2022.
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