La frase que use para el tema de hoy, fue dicha por la Madre Teresa de Calcuta, premio Nobel de la paz en 1979, muerta hace ya 26 años pero cuyo legado y recuerdo perdura en el mundo entero.
El hablar de la vida de Santa Teresa llevaría páginas y páginas, tanto de lo bueno, la luz que sigue irradiando a aquellos, los “intocables”, los más pobres entre los pobres, como la parte humana y quizá la única que sus detractores usan para cuestionar y atacar su misión, que era el origen de los recursos con los que su congregación, Misioneras de la Caridad, pudo sostenerse a lo largo de los años.
Santa Teresa es ejemplo de vida, para católicos, cristianos, musulmanes y hasta no creyentes. Se dice, con verdad, que no hizo grandes milagros o portentosas acciones. No. Ella hizo cosas muy pequeñas, quizá; muy sencillas, posiblemente; pero al hacerlas con un amor al prójimo muy pocas veces visto en la historia de la humanidad, las convirtió en extraordinarias.
Se cuenta, también, que alguna vez, sin querer hacerlo, en una de las múltiples reuniones donde había sido invitada por la Organización de las Naciones Unidas, escuchó a una persona decir que “… ni por un millón de dólares cuidaría de un moribundo”, a lo que ella, con una sonrisa calma y llena de ternura respondió: “Coincido con usted plenamente, yo tampoco cuidaría de un moribundo por un millón de dólares. Lo cuidaría por amor”.
Y así lo hizo por décadas, con esmero e infinito amor en un país donde su fe era minoría, pero su corazón tenía espacio para aquellos que la necesitaban, aún cuando la gran mayoría jamás profesaron su religión.
¿Qué les daba Teresa de Calcuta a quienes acogía?
Simplemente les dio la dignidad que merecían, por el hecho de ser humanos, para curarse y vivir o para abrazar efímeramente la felicidad de sentirse amados, cuidados y valiosos antes de abrazar con menos miedo la muerte.
“Primero los pobres”, algo que repiten los políticos de nuestro país como slogan publicitario para engañar a la gente y conseguir su voto. Y no se equivoque, amable lector, si en verdad esa frase populista fuese cierta, alabaría a cada uno de ellos, del partido que fuese, no importa su fuese de izquierda, de centro o de derecha; no importa si fuese chairo o fifí, jóven o adulto mayor, necio o arrogante, pusilánime o valiente.
El problema, la desgraciada realidad es que, siguiendo a Maquiavelo, quienes detentan el poder político sólo lo ejercen para mantener sus privilegios como gobernante. Hasta ahora, y mire que he visto 9 presidentes en mi vida (de todos los colores, sabores e ideologías), ningún político me ha demostrado, ninguno, que en verdad quieren ayudar a los mexicanos, a los veracruzanos, a los xalapeños.
Al llegar a la sillota, silla o sillita, según les toque o corresponda, cambian, se transforman, se muere en ellos el impulso de ayudar a los demás, de servir a sus conciudadanos, impulsando políticas públicas que beneficien a todos, que nos den la posibilidad de buscar nuestro bienestar, en un ambiente seguro, ordenado y en paz.
Ellos, quizá alguno se salve y no quiero ser injusto, jamás han vivido para servir sino para servirse, para servir a los suyos, a los cercanos, los nuevos ricos del pueblo, de la ciudad, del estado, del país.
Ellos jamás han servido para vivir, pues su vida nunca se ha basado en la empatía, en el servicio, en el amor al prójimo, en dar… sino en buscar los medios para recibir, cada día, más y más, sin importarles ya ni las formas, presumiendo que se necesitan más y más mexicanos ignorantes y en pobreza (si se puede, extrema), para seguir utilizándolos como el mazo para mantenerse en el poder.
Deberían aprender un poquito de Teresa de Calcuta. Cuando menos, para que en su corazón sientan, por un instante, lo que es la vergüenza.
Usted, ¿qué opina, amable lector?
MORALIDADES. 26 de junio de 2023.