Apenas cometió su dislate de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, Donal Trump presumía hacer lo que ni Clinton ni Obama habían logrado; pero ahora, ante el desconcierto e inconformidad internacional solo hay lúgubre silencio. No es para menos después de la tupida tunda a que fue sometido ese despropósito en el Consejo de Seguridad de la ONU, sin que país alguno se haya solidarizado con los EEUU. “… tengo que decirlo, estoy preocupado por el riesgo de una escalada violenta”, dijo el representante de Naciones Unidas en el proceso de paz, Nicolái Mladenov. “Jerusalén es el corazón de Palestina, el tercer lugar sagrado para los musulmanes, y lo que ustedes han hecho es ilegal e irresponsable, sólo han buscado complacer a la potencia ocupante”, se lamentó el observador palestino ante la ONU. El fenómeno Trump refleja meridianamente el riesgo en una democracia en que la ley del número, es decir, mayoría de votos, puede convertir al “perico de los palotes” en Presidente de un país.