Como todo en la vida hay principio y fin, está el arriba y el abajo, el triunfo y la derrota, trozos de felicidad y de angustia, solo los matizan las circunstancias de cada cual. En el caso del PRI, un partido hegemónico, de larga vida sin conocer la derrota, con triunfos automáticos, inversa condición a la de sus oponentes domiciliados habitualmente en la derrota, antagonistas cuya perseverancia fue colmada por el triunfo después de años de bregar en la adversidad, hasta abatir al antaño poderoso partido que ahora padece la angustia de conseguir candidatos competitivos, como le ocurre en Xalapa cuya única carta con espolones para competir se resiste a participar. Es consecuencia del prolongado ejercicio del poder, y en Veracruz particularmente por llevar al poder durante 12 años a una pandilla que desapareció la política bajo el indecoroso manto del patrimonialismo político.