En México todo proceso electoral lleva inherente una intensa circulación de dinero, por un lado los miles de millones de pesos entregados a los partidos políticos, adicionados los provenientes de otras fuentes, buena proporción de esas cuantiosas sumas se direccionan a la compra del voto, en todas sus facetas, lo cual da la imagen de una enorme vendimia. Otra parte, también suculenta, la llevan las casas encuestadoras cuyo protagonismo ha sido beligerante y obviamente bastante productivo para sus propietarios. Son los saldos de una democracia cuya completa madurez está aún a la espera de una ciudadanía mejor enterada y más consciente de la trascendencia de su voto.