CAMALEÓN

No son pocos los años 60 del PRI como partido de estado y de gobierno, pues estuvo en Los Pinos de 1946 a la fecha, restando el interregno panista de 12 años. El PRI fue la tercera transformación de un partido nacido desde el poder, el “emanado de la Revolución”, Partido Nacional Revolucionario (PNR), de inspiración callista con el propósito de iniciar la era de las instituciones, y dejar en el pasado la etapa de los “hombres fuertes” que pululaban por todo el territorio nacional. A partir del PNR (1929), empezó la égida del presidencialismo, del tlatoani sexenal. La segunda transformación la provocó Lázaro Cárdenas en 1938, cuando creó al Partido de la Revolución Mexicana (PRM) para dejar atrás al callismo personalizado por don Plutarco y su poderoso grupo político, con Morones incluido.

Con Miguel Alemán Valdés (1946-1952), primer candidato y presidente de la república postulado por el PRI, se inició la tercera transformación, la longeva hegemonía de este partido, diseñado para ganar elecciones y conducto de las transiciones sexenales que permitieron relevos pacíficos y renovación institucional de los grupos políticos, auténticas transiciones sin rupturas partidistas. Hasta 1986- 87, cuando la gran ruptura interna ocasionada por la Corriente Crítica encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, Muñoz Ledo y otros prominentes priistas cimbró al PRI, un evento similar a la aparición de Miguel Enríquez en 1951 pero sin daños colaterales. En la perspectiva histórica podemos advertir aquella ruptura como signo premonitorio de la debacle del 2000 y su repetición en 2006.

Cuando se produjeron esas derrotas surgieron airadas protestas de la militancia que, como ahora, tuvieron como blanco al presidente de la república, a quien atribuían la raíz de sus males; a Zedillo, como ahora a Peña, se le tildó de traidor a la causa priista exigiendo su expulsión. Se elaboraron diagnósticos de las derrotas, pero poco aleccionadores para una militancia ya maleada, acostumbrada a las canonjías del poder y una pléyade de “operadores” políticos que convirtieron cada proceso electoral en tiempo de cosechas: “tantos millones por tantos votos”, de imaginaria por supuesto, porque sin dinero no caía un voto. Así se pervirtió el PRI, cuya añeja presencia en el ejercicio del poder le arrimó todo lo malo de cuanto ocurre en el país, así carga con el epíteto de corrupto y, ya añeja, su estructura no aguantó más derrumbándose estrepitosamente ante el embrujo del discurso antisistema de AMLO.

Ahora, para sobrevivir el PRI requiere de una transformación de forma y de fondo, cambio de nombre y de hombres, y en esto último estriba su otro gran problema ¿quién o quienes con características de liderato podrían hacerlo? Este partido solo gobierna en 12 entidades,  pero en la de mayor significación político-electoral, el Estado de México, el gobernador está copado, porque territorialmente Morena lo supera. El próximo año es la elección de cambio de gobierno en Baja California, el primer estado que perdió en 1989, y el PRI no luce competitivo como para ganar esa elección; y es mucho peor el hecho de que en las sucesivas elecciones podría ir perdiendo las entidades que ahora gobierna.

El cambio priista sería su Cuarta transformación, nada es imposible aunque parece poco probable su recuperación inmediata.

En política el camino se traza todos los días, y los actuales recuerdan los tiempos del partido renovador en la etapa revolucionaria, en 1911, que muy bien refleja con imperecedero análisis don Luis Cabrera en un magnifico artículo periodístico publicado en La Opinión, de Veracruz, con el sobrenombre de Blas Urrea: “El cambio de sistemas puede resumirse: independencia del poder legislativo, independencia del poder judicial, independencia del municipio e independencia de los electores…”. “Por lo demás, es un error creer que los remedios deben dirigirse exclusivamente sobre el poder ejecutivo, y no sobre los otros poderes complacientes, como sería un disparate querer curar un caso de embriaguez habitual, creyendo que los compañeros de vicio del paciente son la única causa de sus males…”.

“En realidad, un cambio de sistema en política, nunca se ha logrado más que por medio de un cambio general de personas… en realidad lo único práctico que puede hacerse para remediar la situación actual es una remoción general de los hombres que se encuentran actualmente en el poder, sustituyéndoltros que, no estando viciados por las prácticas tuxtepecanas, puedan abrir una nueva era de aplicación de las leyes…”. Tal se escribió en abril de 1911, un mes antes de la renuncia de Porfirio Díaz.

Ahora: las alternancias en el Poder presidencial han acelerado la transición de un viejo a un nuevo régimen en nuestro país, PRI y PAN han alternado en el Poder Ejecutivo del gobierno federal, pero han sido desplazados por Morena, cuyo bono democrático le permitirá concretar el paso definitivo a un nuevo Régimen político, al menos en el discurso Andrés Manuel López Obrador así lo define: “El Ejecutivo no será más el poder de los poderes ni buscará someter a los otros…”, “fin a las imposiciones y a los fraudes electorales”; “…castigo por igual para políticos corruptos y para delincuentes comunes o de cuello blanco”, “se acabó la época del Ejecutivo como el “poder de los poderes”. “Ofrezco a ustedes, señoras, señores magistrados, así como al resto del Poder Judicial, a los legisladores y a todos los integrantes de las entidades autónomas del Estado que no habré de entrometerme de manera alguna en las resoluciones que únicamente a ustedes competen”. Ese es el discurso.

Finalmente, nada nuevo hay bajo el sol.

alfredobielmav@nullhotmail.com

11- agosto-2018.