El presidente López Obrador ha insistido, un muy iterativo discurso, en orientar la conducta del pueblo mexicano por senderos apegados a la moral y buenas costumbres: a los productores de frijol les recomienda: “no le pongan piedras o fierro para que pese más”, “La mentira es reaccionaria, la verdad es revolucionaria; la verdad es cristiana, la mentira es del demonio, ¡cómo vamos a ir a la iglesia si no respetamos los mandamientos. Tenemos que cambiar. Cambio significa fortalecer valores culturales, morales, espirituales, portarnos bien, todos, y el gobierno va a dar el ejemplo. Se va acabar la corrupción”. Y desde su muy particular laicismo expresa “Le pido a la naturaleza, al creador dos cosas, sabiduría y honestidad”. Esta experiencia, nueva en México, la vivieron en Uruguay bajo la presidencia de José Mujica, aunque el discurso de éste, es pronunciado con diferente ritmo y de profundo contenido filosófico. Por cierto, Mújica exhorta a los mexicanos “a tener paciencia porque el gobierno de AMLO no puede hacer magia y cambiar la realidad de la noche a la mañana”. Sí, pero ¿cómo hacerle para instalar en la conciencia pública una cartilla diseñada en la década de los cincuenta del siglo XX por Alfonso Reyes?