Que la dura faena de gobernar con responsabilidad no es igual al encendido discurso en la plaza pública lo está comprobando el presidente López Obrador, también que la realidad no se cambia con retórica ni con buenos deseos. “Al diablo con las instituciones” fue una furibunda frase del entonces candidato perdedor a la presidencia de la república que, ya una vez en ese cargo, está demostrando que va en serio, fuera las instituciones creadas por el neoliberalismo rapaz y corrupto, como gusta calificarlo, pero encuentra resistencias y eso o lo molesta o lo desespera, pero es un gaje más del oficio de gobernar, nada fácil cuando la tarea consiste en instalar un nuevo régimen.