¿Qué opinión merecería aquel que recibiendo una mala noticia mata al mensajero; al que ahorca al perro por temor de que se contagie de rabia; que obstruya un nacimiento de agua para que nadie se ahogue en sus pozas; que se afane por disminuir el número de ricos porque hay muchos pobres en vez de esforzarse que quienes menos tienen tengan más? Tal es el símil aplicable a la actitud del presidente López Obrador respecto del aeropuerto de la CDMX en Texcoco, que desechó porque estaba plagado de corrupción, en vez de limpiarlo de esa mácula y proseguir su construcción. Igual con el atentado contra el Coneval, una institución necesaria para el propio gobierno que pretende desaparecer porque su funcionamiento le parece caro, en vez de aplicar las medidas correspondientes. De proseguir esa actitud pronto tendremos un gobierno barato, que al final nos resultará bastante caro.