El dolor que enmudece

Cuando las desgracias se multiplican en el entorno de vida de una persona, llega un momento que el cerebro nos desconecta o nos vuelve insensibles a ciertas noticias o información que, en el pasado reciente, nos hubiesen causado temor, tristeza, dolor e indignación.

La tanatóloga Rocío Tello menciona que, como seres humanos, estamos de pronto expuestos a perderlo todo y requerimos entender el proceso. Este proceso puede ser de duelo por la pérdida de un ser querido o un conocido cercano; puede ser ese sentimiento de solidaridad comunitaria cuando la desgracia alcanza a niños o ancianos y el evento es fuerte, descarnado, bestial. Puede ser el sentimiento de inseguridad para salir de casa, para quedarse en casa, para entablar una conversación con otros; un cambio total de las expectativas, ante el cúmulo de desgracias y malas noticias que se van amontonando, un día sí y el otro también.

Buscamos acciones de valor para desligarnos de esta realidad lacerante, a la que se suma una crisis de desabasto de agua nunca antes vista, cuando menos en Xalapa, donde te cortan el agua dos días y el que toca llega como si fuese riego de goteo, o sea, jamás gota de agua caerá al tinaco. Calor sofocante, ausencia de lluvias, calles destruidas, polvo, tráfico, ruido, caos…

La mente, poderosa, de pronto cierra un interruptor sin avisarte o ponerte sobre aviso y, en ese momento, como que lo que te tenía enojado, molesto, aterrado, deprimido, consternado, deja de importarte. Las cifras se vuelven números inteligibles, dejas de comprender que vamos de mal en peor, ya ni siquiera soportas escuchar las voces mitómanas o noticias relacionadas con ya saben quién. Es más, dejas hasta de sentir coraje en su contra.

El dolor, por fin, cruel, imparable, en crecimiento exponencial, la muerte del bienestar, el aumento desmedido de los pobres, de la canasta básica, la semana entrante de la gasolina que menos contamina de todas, las obras inútiles del faraón región IV, la discriminación y desmantelamiento de la investigación y la formación docente, el desabasto criminal de medicinas de todo tipo, incluídas las que salvan niños del maldito cáncer…

Deja de doler. Deja de molestar. Entras en un limbo donde solo empiezas a ver tus asuntos, reduciendo al mínimo tu entorno familiar y social. Sigues vivo, trabajando, siendo creativo, activo, propositivo, vuelves a sonreír, a bromear, a escribir. Caminas, pero ya no como parte de un pueblo al que culpas, indirectamente, de todo esto que estamos padeciendo como país. Te encoges de hombros, piensas que ellos merecen esto y lo que todavía falta por venir y le das la espalda a la desgracia colectiva.

Eso lo entiendo. Me pasó a mí. El hartazgo me rebasó. Deje de escribir (durante dos años lo hice a diario) como lo hacía antes. Es normal, según los que saben de esto. Es un mecanismo de defensa para no enfermar o estar todo el tiempo enojado, todo el tiempo con miedo, todo el tiempo paralizado.

Pero eso es lo que empodera a los tiranos en su silla. El enmudecer. El no poder decir lo que uno piensa, ya no por miedo, sino por desinterés. Yo sigo en lo mío, dejo ese mundo de mentira y promesas vanas a los que gusten de lo que en latinoamérica se llama política. No me interesan, mientras no me molesten o me estorben. 

Pensamos que con esa actitud nos cubrimos con un manto que nos vuelve intocables y eso es tan alejado de la realidad como decir que en la construcción de un tren en medio de la selva, no se tocaría ni se tiraría un solo árbol, ni uno solo. 

Necesitamos despertar. Hay tiempo para exigir un cambio de quienes nos han llevado a esto. Las cifras, esas que odian los que prefirieron vivir en la fantasía de una tierra próspera, abundante, equitativa, segura, feliz y su mente bloqueó la realidad de sus vidas, son en verdad para gritar:

De 2019 a 2021 fueron asesinadas CIENTO OCHO MIL SEISCIENTOS OCHENTA personas, según datos oficiales. De enero a marzo de 2022, los muertos fueron OCHO MIL DOSCIENTOS VEINTISIETE. Y se dice que estamos, en agosto de 2022, por rebasar oficialmente la cifra de los CIENTO TREINTA MIL homicidios dolosos. Ciento treinta mil. ¡CIENTO TREINTA MIL mexicanos que ya no están en su casa, con su familia, viviendo, soñando, proyectando, creando, jugando, tomando, durmiendo! El mismo número de familias destruidas, dañadas, espantadas, aterradas, enojadas, aterrorizadas, dolidas.

Si le sumamos (puras cifras oficiales, porque si no, el número escapa de cualquier lógica posible) los TRESCIENTOS VEINTICUATRO MIL CIENTO DIECISIETE muertos por COVID y los TRES MIL DOSCIENTOS SETENTA Y TRES feminicidios hasta el mes de marzo de 2022, los cientos de miles de desaparecidos que nadie sabe dónde están, cuyas madres angustiadas no son dignas de la confianza de cierto servidor público sin una gota de empatía en su ajado cuerpo, nos pone en una situación que no puede superar ninguna película de terror.

Es momento de reaccionar y exigir cambios, tanto al gobierno actual como a eso que llaman oposición. Exigir no más promesas vanas, sino planes bien estructurados, donde se nos diga cómo salió el huevo y quién lo puso. Ya basta de demagogia, ya basta de ansias babeantes por un ladrillito de Poder. Ya basta de tanta burla al pueblo, de tanto engaño.

Ya basta de tanto dolor. Y de seguir mudo ante este Apocalypto 2.0.

Es momento de despertar.

Moralidades. 5 de agosto de 2022.