- Pese a ser consideradas inferiores o vulgares, expresan las grandes verdades del individuo, dijo Rosa María Burrola Encinas
- La catedrática de la Universidad de Sonora participó en el Simposio “Géneros menores y risa”
Rosa María Burrola Encinas, catedrática de la Unison
Claudia Peralta Vázquez
Xalapa, Ver., 09/11/16.- Aun cuando a las esferas discursivas como las epístolas, relatos de viajes y la risa se les ha considerado inferiores, vulgares o fragmentarias, realmente son capaces de articular una visión estética del mundo y expresar las grandes verdades del individuo, expresó Rosa María Burrola Encinas, catedrática adscrita al Departamento de Letras y Lingüística de la Universidad de Sonora (Unison).
Estos tres lenguajes que se instalan de lleno en las escrituras, se han colocado en los límites dudosos de las prácticas literarias y han sido reiteradamente reputados como inferiores con relación a los géneros altos y a los discursos considerados nobles, subrayó.
La investigadora participó en el Simposio “Géneros menores y risa” con la charla “Epístola, viaje y risa en los albores de la nación”, el 4 de noviembre en el salón de usos múltiples del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias.
Al destacar la importancia de indagar la relación que guardan entre sí las tres formas discursivas, mencionó que también constituyen territorios minados para los estudios literarios. De ahí que quienes se adentren en estos temas sientan la necesidad de justificar su estudio, una premisa que se evade para el caso de los géneros canónicos.
Lola Thión, catedrática de la Université de Pau et des Pays de l’Adour
Es decir, a la risa se le ha dado el término inferior o vulgar; a las cartas, fragmentarias; a los relato de viajes, meramente descriptivos-informativos, debido a que surgen de la interioridad emocional y no de las grandes reflexiones sobre el destino de los seres humanos.
Sin embargo, no sólo son capaces de expresar las grandes verdades del individuo, sino que incluso gozan de especial idoneidad para articular una visión estética del mundo.
En su ponencia también habló de la necesidad de asomarse a los fragmentos diseminados del pasado, como una obsesiva vuelta a los orígenes o quizá como una indagación sobre las causas de nuestros conflictos actuales.
Por esta razón, los papeles conservados como bitácoras, diarios, correspondencias, documentos en primera persona y narraciones de viajes, son altamente valorados por historiadores y dotan frecuentemente de un sesgo determinado a la interpretación de los hechos.
Burrola Encinas, quien cultiva la línea de investigación “Literatura hispanoamericana de los siglos XIX y XX”, mencionó que la revaloración de estos escritos significa un reconocimiento de la imposibilidad de aprender una vida y una época en su totalidad. A la vez, es un aprecio hacia las piezas que se pueden armar en la imaginación de los lectores de una época y un territorio compartido.
Lola Thión, Rita Plancarte y Rosa María Burrola Encinas
Particularmente, las cartas y los relatos de viajes se revelan como formas idóneas para indagar la forma en que los individuos y comunidades negociaron su estar en el mundo. Ambos tipos de discursos han sido considerados menores y vivieron en el siglo XIX un momento de gran auge de producción y circulación.
Aseveró que los relatos de viajes guardan un lugar central en la construcción de los discursos nacionales, asocian pueblos, paisajes, delinean identidades, localizan centros y periferias, se erigen en tiempos y conflicto, “en un sistema de inclusiones o exclusiones que dibujan los contornos de la patria soñada”.
Además, ubican tiempos, espacios, y a los individuos que transitan por ellos, se identifican estas narraciones como una vasta empresa de generación de identidades individuales y nacionales.
La especialista, con Maestría en Literatura Iberoamericana por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Doctorado en Literatura por la Universidad Complutense de Madrid, evocó las cartas de viajes que el escritor Ignacio Ramírez dirigió a su gran amigo Guillermo Prieto, durante de agosto de 1863 a junio de 1965, que son objeto de estudio.
En estas cartas la risa se perfila como un asunto central para su análisis, no sólo porque constituye una presencia insoslayable e intensa desde la primera línea, sino porque se constituye una dimensión que revela esta correspondencia en toda su dimensión ética y estética, dijo.
Un género sin normas
Lola Thión, catedrática de la Université de Pau et des Pays de l´Adour, de la nación francesa, también intervino en la mesa “Cartas y epigramas”, moderada por Rita Plancarte, investigadora de la Unison.
En su ponencia, que versó sobre el tema “El epigrama en el romanticismo español”, comentó que éste mantiene un contacto con la realidad, con la burla y el sarcasmo, y se caracteriza por no respetar normas.
Habló sobre los epigramas apodícticos, de alabanza o vituperio como pretexto para dar fe de las facultades del poeta; satíricos, que pueden introducir elementos escatológicos y sórdidos, sobre obras de arte, en especial retratos y evocaciones de una escena pintada.
Asimismo, de epigramas dedicatorios, ofrendas, ruegos a la virgen, santos, libros de amigos; o los morales, que censuran vicios, falsos valores o ensalzan virtudes.
Señaló que el hecho de que por epigramas se entendiera un escrito grabado en piedra, metal o madera, en monumentos, estatuas, tumbas, lápidas o trofeos, en homenaje a la memoria de una personalidad o de algún evento, condenó la caracterización de estas composiciones que tenían que expresar con agudeza un pensamiento para un destinatario amplio.
Lo anterior influyó en la búsqueda de la formulación más acertada, con breves palabras, en prosa o en verso para un contenido de cierta relevancia.
Estas características mínimas, relativas a sus orígenes, engloban a un género muy antiguo, público y de amplia recepción que se fue definiendo por analogía con otros géneros cultos.