No importa la raza, el color, el idioma, el desarrollo económico, la cultura etc., la corrupción parece ser un estigma del hombre, acaso no exageraríamos si aseguráramos que congénito pues las señales de su práctica están por doquier en el planeta. En nuestro continente, para no abundar en lo de Brasil, Argentina o Guatemala, tomemos el caso del expresidente peruano Alan García (1985-1990 y 2006-2011), quien acaba de solicitar asilo político a Uruguay porque está acusado de lavado de dinero y tráfico de influencias para favorecer a Odebrecht, para variar.  Nada extraño en un país de los nuestros: Alan García fue presidente de Perú en dos ocasiones, en la primera también fue acusado de enriquecimiento ilícito, cohecho y colusión, Colombia le dio asilo; pasado el tiempo regresó a Perú, presentó nuevamente su candidatura a la presidencia y ganó, porque el pueblo, que es “sabio” votó mayoritariamente a su favor.