La vida transcurre para todos nosotros, de forma inexorable, imparable, avasalladora. Vemos pasar los minutos, las horas, los días, meses y años apenas percibiendo como el presente se escapa de nuestras manos y el futuro se vuelve pasado, como un rayo golpeando a un pobre árbol de macadamia.
Recuerdos de alegrías, triunfos, dolores y fracasos se van agolpando en un prodigioso pero cada vez menos eficiente cerebro. Los rostros, voces e imágenes de los que ya partieron a un mejor lugar, dejándonos en el devenir de la cotidianidad temporal, empiezan a perder nitidez, volumen y claridad.
La vida sigue.
Y seguimos viviendo.
Solo parece que el tiempo se detiene, camina en cámara lenta y se vuelve como un pequeño reflejo de esa eternidad que nos espera al morir, cuando sucede un evento catastrófico en nuestro entorno de vida.
Eso debió pasarle a los pobladores de una, otrora, ciudad pacífica de Orizaba, Veracruz cuando, por dos horas sintieron en carne propia
Y sentimos que, como en un mal sueño, todo va absurdamente despacio.
Eso debió sentir la gente del pueblo hermano y otrora seguro, Orizaba, Veracruz.
Como si estuviesen en Ucrania, Chihuahua o Michoacán, los sorprendidos habitantes de esa ciudad enclavada en las montañas veracruzanas vivieron momentos de absurdo terror, por una balacera, se dice, entre las fuerzas del orden y grupos delictivos bien armados y dispuestos a todo.
Debieron ser las dos horas más largas en la vida de los orizabeños durante las dos horas que duró la escaramuza. Ojalá que, en verdad, no haya habido muertes que lamentar, como lo señalan los reportes de las autoridades locales.
Al otro día, temprano, el señor que ocupa la silla presidencial minimizó el evento y se atrevió a decir que era un montaje de sus adversarios, maximizando por los medios de comunicación para ¡atacarlo a él!
No es de extrañar esta postura. Lo hizo cuando los LeBarón y el ataque que sufrieron a manos de bestias inmundas que mataron mujeres y niños a mansalva. Lo hizo cuando se rió de “las masacres”, que resultaron reales y que han costado más de 130 mil muertos.
Y, ya a cuatro años de gobierno, muchos comentan que han sido los años más largos y penosos de sus vidas y que no saben si resistirán los dos que todavía faltan.
Sí, a veces, ese tiempo que corre delante de nuestros ojos con la velocidad de una flecha, se detiene para demostrarnos lo indefensos, débiles e impotentes que somos y nos sentimos ante un ambiente cada día más polarizado, violento y salvaje.
El siglo XXI no ha sido lo que se nos prometió. Hasta ahora camina lento, como perdonando el tiempo, sangrando a una Nación que, por supuesto, nunca se ha merecido este trato tan indigno.
Esperemos que todo cambie para bien. Y si no, conformese en que su vida transcurrirá muy despacio cuando menos, los próximos 2 años.
MORALIDADES. 14 de septiembre de 2022.
P.d. ¿Ya se resolvió el asesinato artero de una niña inocente, a manos de un militar cuyo nombre ni siquiera sabemos?