Hace apenas 7 días iniciamos clases presenciales en la Facultad de Derecho de la Universidad Veracruzana, igual que muchas instituciones de educación superior a lo largo del país.
Quitando el agotamiento físico y mental sufrido por las 4 horas seguidas de clases de un salón a otro, el dolorcito de garganta que me había dejado de acompañar en los últimos años y ese nervio potenciado por volver a pararme frente a un grupo de 30 a 40 jóvenes que, además, traen una carga ideológica y una forma de pensar totalmente distinta a cualquier otro grupo etario al que le hubiese impartido cátedra en mis 20 años de experiencia, la adrenalina fue compañera de todos los que nos volvimos a saludar en vivo y a todo color en los pasillos de la escuela.
Me corresponde recibir a los jóvenes de primer semestre, con la materia de Teoría Política. Lo primero que les pedí a los 38 nuevos alumnos fue que pusieran su nombre y su matrícula para poder agregarlos a EMINUS, el programa con que los profesores de la UV dieron clase en línea por dos años.
Algo raro percibí en esos muchachos. No era esa expectativa normal de su primer día de clases universitarias.
Era más bien una mezcla de miedo, desidia y parálisis. Les hice una pregunta: ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué elegiste esta carrera?
Tuve que empezar a señalar a los muchachos, porque ninguno quería hablar.
Después de 15 minutos dedicados a romper el hielo, les cuestioné el motivo de su supuesta apatía.
Una joven se levantó lentamente y balbuceando al principio, platicó al grupo que tenía terror de decir algo impropio que la hiciera blanco de críticas, descalificaciones y desprecio de sus compañeros.
Varios manifestaron el mismo sentimiento y uno de ellos agregó: “… además, yo no sé qué haré al salir de aquí…”, refiriéndose a su graduación.
Dejé un momento lo que tenía planeado y les comenté que el miedo es un sentimiento normal en el ser humano, pero también la posibilidad de enfrentarlo y superarlo, además de que el peor error en la vida es el depender de otros para tratar de “encajar” en la sociedad.
También platiqué con ellos de cómo, cuando menos en todo el sureste del país, los egresados de Derecho de la UV tenían muchas oportunidades de trabajo que les permitían vivir cómodamente. Que, históricamente, formamos excelentes penalista, civilistas, laboralistas y políticos.
Y que la clave del éxito es, precisamente, no tenerle miedo a alcanzarlo. Que el éxito depende varias circunstancias, pero que la formación de calidad y la autopercepción como una persona que vale y que puede, son grandes herramientas para enfrentar los retos que nos impone la vida.
Es decir: el ímpetu sin capacidad ni conocimientos, el conocimiento sin capacidad ni ímpetu, la capacidad sin ímpetu ni conocimiento, seguramente te llevarán a no alcanzar tus metas de vida.
Deben aprender todo lo que puedan,
aprovechando la expertice de sus profesores, compartiendo ideas con tus compañeros, siendo solidario y empático, practicando el liderazgo colaborativo, leyendo más allá de lo que te piden en clases, preguntando, indagando, sin miedo a lo que digan de tí los demás.
Deben practicar con un litigante, en un juzgado, agencia del ministerio público, centro de conciliación, en una notaria, donde los acepten y les permitan aprender del mundo profesional de los abogados.
El éxito no depende de lo que digan de tí en u salón de clases. Depende de como te formas en los 4 años que dura la carrera, para poder enfrentar de mejor manera los retos de la práctica laboral.
Y, sobre todo, todos debemos tener en cuenta que para lograr lo que queremos, debemos esforzarnos un poco más que los demás.
Sin miedo al éxito.
Esa es la clave.
MORALIDADES. 22 de agosto 2022.